miércoles, 14 de julio de 2010

Ben Pentreath: Sobre la Modernidad.

Como arquitecto tradicionalista, muchas veces me preguntan cómo puedo trabajar con un ordenador, volar en un avión o escuchar música en un iPod a la vez que sigo dibujando ventanas de guillotina, cubiertas inclinadas y muros de aparejo flamenco.

Mi respuesta podría ser que todos hacen bien su cometido: ser mejor que sus alternativas. Me gusta usar la tecnología y agradezco los avances de la medicina moderna, pero creo que tecnología y arquitectura trabajan a marchas diferentes.

En mi estudio tenemos que cambiar los ordenadores cada pocos años, pero el edificio en que trabajamos fue construido en 1720 y apenas ha cambiado. Cumple perfectamente con su propósito y ha sobrevivido a usos y modas mientras las tecnologías se van quedando obsoletas. Mi intención es proyectar edificios hermosos y duraderos, adaptados a su clima y entorno. Eso es lo que me ha llevado a elegir la ventana de guillotina y la cubierta inclinada, y materiales tradicionales que se adaptan al clima y envejecen bien.

Sigo dibujando a mano, sobre un tablero de dibujo, porque creo que es el mejor método para considerar un edificio en su escala apropiada, desde su concepción inicial a los detalles.

Aunque uso un lenguaje arquitectónico concreto, de un modo personal, creo que eso no es suficiente para definir por completo mi existencia o mis creencias. Mantuve hace poco un debate con un arquitecto, muy conocido por sus opiniones sobre la sostenibilidad, que defendía que diseñando edificios “georgianos” estaba definitivamente limitando a la población a las condiciones del siglo XVIII (y lo que es peor, a un sistema político que dependía de la mano de obra semiesclava de los inicios de la revolución industrial para funcionar). Siempre he sospechado de las relaciones entre política y estilos arquitectónicos y suelo obviar esos debates, pero eso me ha enseñado que la ira, la moralidad y el absurdo suelen ser compañeros de la denominada “guerra de estilos”.

Mis elecciones como profesional no me obligan a jurar lealtad a ningún bando de la guerra de estilos arquitectónicos. Baste decir que prefiero Mies van der Rohe al estilo Beaux Arts, Henry Moore a la escultura figurativa contemporánea, Hockney a Alma Cadena, o las pacíficas democracias europeas a las dictaduras imperialistas. Como sugirió Alan Powers en su comparación entre la arquitectura de Charles Morris y Jonatahn Ellis-Porter, “finalmente, hemos llegado a creer que para que uno tenga razón, el otro no puede estar equivocado”.

Como suele ocurrir, creo que las lecciones de la tradición tienen mucho que ofrecernos a la hora de tratar de resolver los problemas del mundo moderno. Pero eso no significa que odie el mundo moderno, y espero que el mundo moderno no odie lo que hago.

2 comentarios:

  1. Nos gusta leer que hay quien vela y trabaja esa arquitectura razonada y capaz, la que construye edificios adaptados a la necesidad del hombre y su entorno y no la que modifica el estilo de vida y adapta al individuo obligándole a vivir de un modo casi antinatural conforme al medio en el que se desenvuelve.

    Uno ya empieza a estar un poco harto de esos volúmenes imposibles que ocupan y desperdician espacios en aras de la estética vanguardista.

    Un abrazo. Es un placer venir a tu espacio a leerte.

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  2. Logan y Lory, saber que hay arquitectos que plantean su profesión no ya desde el respeto al pasado sino desde la convicción de la utilidad de las formas tradicionales en el presente, es un soplo de aire fresco en la anquilosada dinámica de la arquitectura contemporánea.

    Los breves textos de estos tres jóvenes arquitectos clasicistas son toda una declaración de principios para entender el nuevo clasicismo.

    Un saludo.

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