domingo, 3 de abril de 2011

Olvidemos el estilo. Lo que cuenta es la cultura edificatoria.


Autor: Steven Semes 
Traducción: Pablo Álvarez Funes 

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Los arquitectos y preservacionistas tendemos a pensar que cualquier cosa que estimemos “histórica” debe paralizarse inmediatamente, como si la recompensa por haber tenido un gran pasado es verse privado de un futuro. Sin duda una de las lecciones que aprendemos de Roma es que esto es un error: la ciudad se convirtió en un lugar interesante y culturalmente valioso precisamente por haber sabido mantener su crecimiento y cambio durante largos periodos de tiempos sin alterar radicalmente sus características fundamentales. 

Conservar un edificio rigurosamente “tal como nos ha llegado en la historia”, me resulta una meta adecuada para algunos, pero no todos, de los sitios que han sido considerados merecedores de la conservación patrimonial. Algunos lugares deberían estar realmente protegidos de cualquier cambio, pero para miles de sitios protegidos, y en la mayoría de nuestros centros históricos, sería necesario un enfoque más elástico que gestione antes que impida el cambio. Por otro lado, los cambios que pudieren permitirse no deben alterar el carácter urbano ya establecido. ¿Cómo podemos manejar este equilibrio? Creo que la clave la es supervivencia de la cultura edificatoria -”la forma en que construimos aquí”, como sucintamente describe Steve Mouzon. 

La continuidad del carácter surge naturalmente si la cultura de la construcción permanece constante en el tiempo, como lo hizo en Roma hasta mediados del siglo 20. La misma paleta de materiales y técnicas y formas constructivas similares se mantuvieron en uso durante siglos, a pesar de los cambios a veces radicales de estilo o de la función de los propios edificios. 

Los muros construidos sobre las ruinas romanas a menudo siguen la traza de los cimientos antiguos y utilizan los mismos materiales (a menudo extraídos en el propio lugar), mientras a veces se introducen arcos góticos o arcadas renacentistas. Poco a poco, la ciudad se transforma, pero el conjunto construido es más duradero que los detalles, ocupantes, propósitos y significados implícitos de sus edificios. Es la cultura edificatoria, y no necesariamente el estilo arquitectónico, lo que mantiene la identidad del lugar. (Figura 1). 


Fig. 1.- Vista de los Foros Imperiales, Roma. Sobre los antiguos muros romanos que rodean al Foro de Trajano hay muros medievales con ventanas góticas y construcciones renacentistas posteriores, incluyendo la Logia de los Caballeros de Rodas con su arcada clásica. La mayoría de los edificios del centro de Roma revelan similares estratos murarios y una compleja historia de modificaciones y adiciones sin una búsqueda consciente de diferencias visuales apreciables. Fotografía del autor. 

El estudio de Roma y sus culturas constructivas históricas me lleva a creer que la clave para mantener la continuidad del carácter es triple: 

1.- La persistencia de patrones que representan configuraciones reconocibles en planta, alzado y sección asociadas con diferentes tipologías, tales como el palacio, la vivienda entre medianeras, la iglesia y la vivienda plurifamiliar. 

2.- La supervivencia y el desarrollo evolutivo de la cultura edificatoria arraigada en en un lugar, sus materiales y métodos autóctonos y sus artesanías tradicionales características. 

3.- Y el mantenimiento de un lenguaje formal persistente, como el de la arquitectura clásica, en los que la gramática subyacente sigue siendo la misma, a la vez que permite una variación considerable en ornamento y detalle. 

Las consecuencias constructivas de estos tres condicionantes son muestra de lo que denominamos carácter histórico. El diseño de nuevas estructuras de acuerdo a estos condicionantes permite que la nueva arquitectura y urbanismo tradicionales encajen armoniosamente con las construcciones históricas, permitiendo el cambio y el crecimiento sin pérdidas innecesarias. Algunas de las mejores obras del siglo XX en Roma siguen exactamente estos principios (fig. 2). Esto es lo que intento enseñar a hacer a mis estudiantes, y es lo que un creciente número de arquitectos está haciendo por todo el mundo. 


Fig. 2.- Vivienda pública en el distrito de San Saba de Roma. Arq. Qudrio Pinari, 1911-23. Los proyectos de vivienda pública de Pinari no sólo ofrecen dignidad y generosos servicios a sus inquilinos, su diseño y construcción ofreció oportunidades de formación en artes edificatorias tradicionales, sobre todo en albañilería. Fotografía del autor. 

¿Qué pasaría si hacemos de la conservación de la cultura edificatoria el centro de las políticas preservacionistas de los Estados Unidos? Tal vez, como sugiere Michael Hare en una reciente colección de ensayos sobre preservación (véase mi resumen en el número de febrero de “Traditional Building”), la forma de preservar el carácter de los distritos históricos en Estados Unidos es obligar a que, a la hora de acometer cambios o ampliaciones. los únicos materiales y técnicas constructivas permitidos sean aquellos usados durante el periodo histórico formativo. Por ejemplo, si los muros portantes de fábrica de ladrillo y las ventanas de guillotina de madera constituyen las características del distrito, sólo deberían permitirse nuevos edificios con muros portantes de fábrica de ladrillo con ventanas similares a las ya existentes. 

Una política de este tipo impediría la introducción de materiales extraños, como los muros-cortina de vidrio, y virtualmente se opondrían a cualquier diseño que no estuviere en armonía con sus vecinos. Prohibiría nuevas construcciones falsas en las que los materiales industriales enmascaran las fábricas históricas, y promovería las artesanías locales. No hay dudad de que promovería la sostenibilidad ambiental. Finalmente, liberaría a las autoridades locales en materia de patrimonio de la carga de actuar como una especie de “policía de diseño”, sumida constantemente en discusiones sobre abstracciones irrelevantes. 

Por supuesto que este enfoque viola los mandatos de la Carta de Venecia y una interpretación estrecha de los Estándares de Rehabilitación de la Secretaría de Interior. Estos documentos fueron escritos en un momento en que se asumía que la regeneración o expansión de los entornos históricos era imposible o ilegítima. En su lugar, enfatizaron la diferenciación visible entre las construcciones históricas y las contemporáneas, garantizando virtualmente la degradación del carácter histórico una vez que aparecen las nuevas construcciones. El “Modo Romano”, por contra, requiere la continuidad visible de materiales y técnicas, aunque no del estilo y apariencia, precisamente aquello que mantiene el carácter, aunque cambien otros aspectos del lugar (Fig. 3). 


Fig. 3.- Nuevos edificios de vivienda pública en el centro histórico de Bolonia, Italia. Arq. Luigi Cervellati y otros, 1970. Basándose en las características de la tipología histórica de vivienda entre medianeras porticada, esta actuación urbana iba contra la mayoría de los ideales de su época. El uso de materiales, elementos, formas y colores típicas del lugar asegura la continuidad del carácter. Fotografía del autor. 


Si buscamos un modo de mantener el carácter de los sitios históricos, la clave del éxito probablemente reside en una ética de la intervención basada en la continuidad de la cultura edificatoria antes que del estilo. Las recientes experiencias en Santa Fe, Nanticket y otros lugares en Estados Unidos sugiere que este enfoque puede funcionar muy bien. Las leyes que construyeron Roma también pueden ser buenas para nosotros.



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