martes, 29 de octubre de 2013

Santiago Calatrava o la penitencia en el pecado


Pocos arquitectos actuales levantan tantas pasiones encontradas como Santiago Calatrava. Odiado hasta la saciedad por unos y encumbrado hasta la embriaguez por otros, el señor Calatrava no deja indiferente a nadie. Probablemente quienes le admiran y encargan sus obras lo hagan pensando en las hipotéticas virtudes de una arquitectura que ha sido símbolo de una época de excesos y con la que muchas ciudades han buscado generar un icono impactante obviando sus verdaderas virtudes y esencias.

Quienes le detestan suelen argumentar que no es propiamente arquitecto, sino ingeniero, como si todos los alardes de la arquitectura del siglo XX no hubieran tenido, directa o indirectamente, un ingeniero detrás con cuyos cálculos se optimizara y estilizara el diseño. Nadie critica al ingeniero Eduardo Torroja y tanto el Mercado de Abastos de Algeciras como las tribunas del Hipódromo de la Zarzuela se consideran obras maestras de la arquitectura del siglo XX. Continúan quienes critican las obras de Calatrava que su utilidad es dudosa y sus costes, difusos. Pero éste es un problema extensible a toda la arquitectura de formas grandilocuentes propia de los últimos años. Todo el mundo conoce los sobrecostes de la Ciudad de la Cultura de Santiago de Compostela, las “Setas” de la Plaza de la Encarnación en Sevilla, y no por ello se oye al pueblo clamar por esa ley efesia que enunciara Vitruvio según la cual el arquitecto cuya obra superara el presupuesto no sólo debía sufragar esos gastos, sino que además quedaba sumido en la más despreciable ignominia.

Sin embargo, a juzgar por las opiniones que se vierten sobre el señor Calatrava, pareciera que es el único arquitecto merecedor de condena, y que los errores de base de otros arquitectos estrella se deben a la ignorancia, o a la codicia, de políticos y banqueros, quienes pretendían cubrirse de gloria a expensas del erario público. Este discurso, tan en boga últimamente, era desoído en los años de bonanza, cuando aquellos barros pretendían colocar cualquier pueblo en el punto de mira arquitectónico, sin tener en cuenta que han acabado degenerando en un ponzoñoso lodazal que al final ha destruido más que creado, pues difícilmente podrá Sevilla recuperar su perfil urbano presidido por la Giralda o podrá Santiago de Compostela resarcirse de esa inmensa colina artificial proyectada por Peter Eisenmann.

Quizá habría que pensar que Calatrava se ha convertido en un chivo expiatorio que la modernidad utiliza para redimirse de sí misma. Poco sentido tiene despreciar a Calatrava y admirar a quienes obran igual, pues los famosos edificios-puente de Zaha Hadid o los “hortus conclusus”de Alberto Campo Baeza también tienen usos dudosos y costes difusos. Y sin embargo se hace con toda la tranquilidad del doblepensar orwelliano, pues la modernidad trastocada en intransigente academicismo no es capaz ni de admitir la posibilidad de una alternativa digna a sus propios vicios, ni de admitir que la penitencia que reclaman para Calatrava también es penitencia que debieran aplicarse a sus propios pecados.

3 comentarios:

  1. Qué razón tienes... Pero ¿crees justo comparar a Calatrava con Campo Baeza? No creo que el andaluz (de adopción) tenga el mismo historial de edificios disfuncionales y/o pasados de presupuesto que el valenciano.

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    1. Estimado Samuel Gómez Borobia:

      Aunque estéticamente ambas arquitecturas son manifiestamente diferentes, y la arquitectura de Campo Baeza se reviste de un falso pudor en forma de volúmenes sencillos, lo cierto es que ambos beben de una fuente común. Y esa fuente común es la que iguala a ambos a ojos de quien esto escribe.

      Gracias por su comentario.

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  2. En lo que a utilidad se refiere, muchas obras de Campo Baeza son tan poco funcionales como las de Calatrava. Ambos anteponen la estética. La Arquitectura no es solo para contemplar.

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